Que el brazo del oso que rompí nunca se componga del todo para que cada vez que salga volando recuerdes quién lo hizo. Que cuando retomes tus deseos de aprender a tocar guitarra te acuerdes de mi desesperación y de las canciones que siempre terminaba cantándote. De mis gritos en la regadera.
Cuando alguien más intente poner antes los tomates que la cebolla en el sartén también me recordarás, y cuando necesites que alguien pida la comida sin un sólo resto de carne, también lo harás.
Al observar un berrinche en algún niño, tal vez cuando tengas una hija me verás ahí, en su reclamo de amor.
Es todo lo que te deseo. Mi nombre tal vez no, porque no es común, pero cuando vuelvas a escucharlo una vida entera volverá a tus ojos, no importa el lugar del mundo en el que esté.
Habla el odio, no yo.
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